Walter Ruano es considerado “uno de los padres” de la natación en aguas frías en Ushuaia y en el país. Dice que ese deporte —al que le dio vida junto con dos amigos hace más de 20 años— se practica con la mente y manteniendo una respiración consciente, que hoy cuenta con 2300 nadadores de entre 13 y 67 años que desafían las bajísimas temperaturas de las aguas sureñas en pleno invierno.
Es guardavidas, siempre le apasionó el agua, pero al dejar su vida en Quilmes para vivir en Tierra del Fuego entendió que había algo más por hacer además de “solo nadar”: comenzó a meterse en lagunas congeladas, logró pasar su primera hora rodeado del hielo en el Fin del Mundo, atravesó el Canal de Beagle y llevó hasta el Faro Les Éclaireurs la Antorcha Olímpica de los JJOO de la juventud de 2018.
Sus primeros contactos con las bajas temperaturas fueron durante las escapadas que hacía para acampar, tanto en verano como en invierno, y entonces notó que no buscaba abrigo, como otras personas, sino que deseó sentir frío extremo, lo que lo llevó, casi sin querer, a meterse por primera vez en esas gélidas aguas. Al principio con traje de neoprene y luego sin él.
“Es increíble la capacidad del cuerpo para adaptarse a las temperaturas. Recuerdo que rompía el hielo para meterme en el agua y un día logré estar allí más de una hora. Esto no se trata de nadar y hacer distancia sino de cuánto tiempo se tolera el frío”, le cuenta a Infobae el hombre que hace unos días fue reconocido por Nadadores de Aguas Frías (NAF) “por mostrarnos el camino”.
La vida helada
Walter Ruano tiene 56 años. Nació en Quilmes y hace 23 años se mudó a Ushuaia para trabajar como guardavidas, actividad que ejercía en la costa de Buenos Aires. Fue en busca de otro estilo de vida y pronto se enamoró de las aguas de la paradisíaca ciudad. Su deseo de ser parte de esa inmensidad lo llevó, sin saberlo, a dar vida a un nuevo deporte en Argentina y en Chile. Hoy es uno de los respetados referentes de la natación de aguas abiertas frías.
“Trabajé muchos años en la Costa Atlántica, en San Bernardo, y viví muchos años en Buenos Aires y cuando me mudé a Ushuaia veía tanta agua y solo pensaba en meterme, sabía que estaba fría, pero le encontré la vuelta: usé un traje como los de buzo y empecé a meterme cada vez más tiempo en el agua ¡hasta que hicimos el primer cruce del Canal de Beagle! Éramos cinco guardavidas y un profe de Educación Física. El único que siguió metiéndose en el agua fría de ese grupito fui yo y cada vez con menos protección térmica”, repasa el comienzo.
Ese primer cruce en aguas abiertas frías lo hizo en 2004 enfundado en un traje de neoprene, pero como con el paso del tiempo el frío comenzaba a pasar, decidió quitárselo y quedar “en cueros”. No hubo vuelta atrás. La sensación de ese momento, con temperaturas debajo de los 3°C en el agua, lo hizo sentir algo que solo compara con la pasión.
Haciendo lo que sabía que hacían los nadadores rusos para aislarse del frío, comenzó a untar su cuerpo con lanolina, luego con grasa del cuerpo de distintas especies animales pero dejó todo de lado. “Mi experiencia me demostró que lo mejor es no ponerse nada. El cuerpo responde al entrenamiento y a la constancia; eso hace que el organismo adquiera solo las defensas que necesita hasta que se va acostumbrando y cada vez se aguanta más tiempo”.
Con esa premisa y horas de práctica, el segundo cruce al Beagle lo hizo solo con la gorra de natación, el short y las antiparras. “¡No lo olvido más! Fue el 2 de agosto de 2013: hice 2200 metros desde el aeropuerto hasta un islote. En pleno invierno y con -10°c, pero el agua estaba un poco más caliente que afuera. La temperatura del mar oscila siempre entre 3 y 5 grados, en cambio el agua dulce sí se congela”.
A diferencia de la competencia tradicional de natación, en el caso del nado en agua helada no importa solo la distancia, sino el tiempo.
“Lo que contamos es el tiempo en que se soporta el frío. Nosotros tenemos medidas en una playa, por ejemplo, que es de una punta a la otra en un espacio de 600 metros, más o menos, pero nuestra historia es llegar a la hora de natación en las aguas frías. Algunos hemos logrado un poquito más: yo estuve una hora y cuarto, una hora y media nadando en temperaturas de 2°C o 3°C; importa la exposición y como no hacemos distancia nos entretenemos mucho con la fauna y la flora que hay en la costa: vemos estrellas de mar o nadamos muchas veces con los lobitos, que son muy inquietos. Alguna que otra vez tenemos ballenas en el mismo momento en el Canal, no muy cerca, pero están. También se acercan los pingüinos y en la profundidad, como el agua es tan trasparente, vemos las estrellas de mar, las algas y otro tipo de animalitos, como cangrejos o caracoles. O sea que no vamos nadando y nos distraemos con estas cosas. Por eso, tampoco sentimos tanto el frío. Cuando es más profunda la inmersión vemos una variedad de flora increíble”, detalla.
El cuerpo se acostumbra
Cuando la ola de frío se apodera de la Ciudad de Buenos Aires y las temperaturas no superan los 8°C, es difícil imaginar a un grupo de personas nadando entre el hielo, rompiéndolo en algunos caso para meterse en medio del agua gélida, y pasar gustoso más de una hora. Pero hacerlo parece ser solo cuestión de tiempo y costumbre.
“Nosotros somos personas comunes y corrientes pero que, como en cualquier otro deporte, aprendimos a estar en el frío. Entrenamos hasta que pudimos soportar el agua fría y con el tiempo logramos estar una hora inmersos en bajas temperaturas”, asegura y cuenta que cada vez que una persona llega con la idea de meterse en el agua les aconseja pasar antes por el médico.
“La persona tiene que hacerse un cheque médico del corazón y los pulmones, cuando los médicos le dan el Ok lo primero que sugiero es que lleven calzado, porque hay muchas piedritas y algas y al pisar se pueden resbalar, un short, un buzo y campera, que se lo deja y así empezamos a caminar en el agua fría. La idea es que esa primera vez logre meterse hasta las rodillas, pero todo depende de cada persona y su adaptación al frío. Pero suelen meterse de a poco hasta que se largan a nadar”, asevera.
Walter cuenta que desde hace un tiempo comenzó a instruirse también sobre los beneficios a la salud que tiene el agua fría. “Cuando arrancamos no había información sobre eso, pero ahora sí y ahora hasta los muchachos que juegan al rugby hacen su recuperación muscular durante un minuto en el río y bueno nosotros nos sentimos orgullosos porque ahora ya no somos más los loquitos de siempre que nos metemos en el agua fría. Lo bueno es que ahora que se sabe esto, hay más personas interesadas, ahora tenemos más conocimiento y lo estamos adaptando”.
En los últimos años, la natación en hielo (en agua por debajo de los 5 °C) se convirtió en un deporte durante todo el año, con muchos nadadores participando y compitiendo regularmente en eventos tanto locales como internacionales. Un estudio científico destaca la variedad de beneficios para la salud, incluidos cambios sanguíneos y hormonales, menos infecciones del tracto respiratorio superior, mejora de los trastornos del estado de ánimo y bienestar general. Aunque se ha demostrado que la exposición crónica a temperaturas de agua más frías es beneficiosa para la salud, otros estudios describen riesgos potenciales.
De darse el gusto a crear un deporte
En sus primeros años como guardavidas en Ushuaia, Walter trabajó en la pileta techada que había a principio de los 2000. Allí conoció Alfredo Bisignani y a Hugo Ladrado. Les contó que todos los fines de semana iba a nadar a la laguna Bombilla, a 80 kilómetros del centro, que tenía de agua dulce y que estaba muy cerca de su casa. Les interesó la actividad y se ofrecieron a acompañarlo.
“Nos hicimos muy amigos y fuimos los primeros locos en nado en aguas abiertas frías en la ciudad. Empezamos con trajes de neopreno y bueno a Freddy se le ocurrió ponerle un nombre al grupo: Nadadores de Aguas Frías (NAF) y así empezamos. En pleno invierno nos metíamos en la laguna congelada, caminábamos sobre el hielo hasta la mitad de la laguna, lo rompíamos y nadábamos en el hielo”, recuerda y ríe.
Llegó el día en que se quitó el traje y realizó sus primeros 20 minutos de nado con el agua a 2°C y sin protección térmica. “Ahí me largué. Comencé a adaptarme al frío, a manejar la respiración porque aprendimos a hacer respiración consciente, como en la práctica de yoga, cosa que descreí primero pero es increíblemente buena… Parte de la adaptación también es manejar el frío durante la recuperación, al salir del agua para saber manejar los tembleques. Es algo que sirve para la vida cotidiana, no soy médico pero la practico y sirve mucho”.
La actividad comenzó a crecer no solo en Ushuaia sino que cruzó a Chile, Uruguay y hace poco comenzó a practicarse en Mar del Plata y así se fue institucionalizando a partir de aquellos precursores formaron la NAF.
“Estoy hiper sorprendido de la cantidad de gente que adoptó el deporte, somos más de 2.300 personas en todo el país, y hay deportistas de más de 60 años y de muchas ciudades. A la última actividad que se realizó en la ciudad llegaron más de 60 nadadores de Chile, más de 100 atletas de Uruguay”.
Mientras el deporte crece, Walter dice que tiene pendiente un sueño: llegar a la Antártida y nadar entre sus hielos, entre esas aguas capaces de congelarle los dedos, pero que imagina, calentarán aún más su corazón. “Lo que tengo la cabeza es nadar una hora en verano, que la misma temperatura que estamos nadando acá en invierno. Es lo que más deseo hacer”, finaliza.
Fuente: Infobae