viernes, octubre 04, 2024

OPINIÓN

PRODUCTIVIDAD BAJO LA LUPA DE LA IA

Por Joan Cwaik (*)

Cada vez más, la IA se mete en nuestras vidas de maneras que hace unos años nos hubieran parecido ciencia ficción. Las aplicaciones como Read.AI son un claro ejemplo. Para aquellos que no estén familiarizados, estas plataformas se insertan en las reuniones virtuales para medir el grado de atención de las personas presentes, armando reportes sobre la productividad de la reunión. Básicamente hay un tercer ojo que no para de observar.

Es simple: ¿por qué no aprovechar la IA para medir la productividad de nuestras reuniones? Pero detrás de esta simplicidad, hay preguntas profundas que debemos hacernos. ¿Qué tan positivo es que una máquina esté juzgando nuestro nivel de atención utilizando variables extremadamente analíticas? ¿Qué pasará cuando los algoritmos definan si presté suficiente atención en una reunión?

En lo personal, no puedo evitar sentir una incomodidad cada vez que estoy en una reunión y sé que una app está tomando nota de mis movimientos, midiendo cada momento en que desvío la mirada o cambio de postura. Es como si el Gran Hermano de Orwell hubiera evolucionado, pero en lugar de vigilar nuestras ideas políticas, está atento a cuánto “rendimos” en nuestro día a día.

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Este tipo de herramientas despierta una serie de preguntas. ¿Nos estamos volviendo demasiado obsesivos con el control y la medición del todo? Desde las aplicaciones que transcriben mensajes de voz a texto hasta las que nos indican cuán “productivos” somos en una videollamada, la IA está entrando en todos los aspectos de nuestras vidas. Y no siempre de manera benigna.

Byung-Chul Han, en su libro La sociedad del cansancio, explica cómo la sociedad contemporánea ha desarrollado una obsesión por la eficiencia y el rendimiento constante. Este tipo de aplicaciones parecen ser la cristalización de esa obsesión. En lugar de permitirnos un espacio para la reflexión y el pensamiento profundo, nos empujan hacia una teórica productividad extrema.

Es un dilema que me hace pensar en una reunión que tuve hace poco. Mientras intentaba concentrarme en la conversación, no podía evitar preguntarme si la aplicación que estaba en segundo plano estaba registrando cuántas veces miraba mi celular o si, por un momento, dejaba de mirar la pantalla. No es solo la invasión de la privacidad, sino la sensación de estar siendo constantemente evaluado por un software. Es un juicio frío, distante, que no tiene en cuenta las sutilezas de la vida humana.

Quizás esta búsqueda incansable de optimización nos está llevando a un punto en el que dejamos de ser humanos para convertirnos en números en un informe automatizado. Lo que se mide se manipula. Y eso me deja pensando: ¿hasta qué punto queremos ser manipulados por las métricas que nos imponen estas tecnologías?

Tal vez la solución no sea rechazar la IA, sino usarla de manera más consciente y reflexiva. Preguntarnos si realmente necesitamos que nos midan todo el tiempo. A veces, la respuesta puede ser simplemente desconectar, dejar de lado las métricas y permitirnos el lujo de estar presentes sin ser juzgados.

Al final del día, no quiero que una máquina decida si fui lo suficientemente productivo en una reunión. Quiero que mis ideas y mis interacciones humanas sean lo que realmente cuente. Y lo que sí, la próxima vez que tenga una call, tal vez me asegure de leer los términos y condiciones antes de aceptar que una IA esté ahí, juzgándome en silencio.

(*) Autor y divulgador. Especialista en tecnologías emergentes.