Por Silvina Caputo (Agencia Télam)
Néstor Kirchner obtenía hace 20 años el 22,24 por ciento de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en las que se impuso Carlos Saúl Menem con el 24,24 por ciento de los sufragios emitidos, pero la decisión del riojano de no presentarse a un balotaje en el que todos los sondeos lo daban como perdedor, convirtió al entonces gobernador de Santa Cruz en el presidente de la Nación, investidura que mantuvo hasta 2007, cuando ganó los comicios Cristina Fernández, mandato durante el cual falleció, el 27 de octubre de 2010.
Los comicios se celebraron en un país sacudido por la dura crisis económica originada por el estallido social de diciembre de 2001, que provocó la renuncia de Fernando de la Rúa y el desplome del modelo de la convertibilidad entre el peso y el dólar, diseñado por el entonces ministro de Economía Domingo Cavallo.
En esos días, Argentina experimentó una seguidilla de cinco mandatarios que se sucedieron en menos de 15 días, que comenzó el 19 de diciembre con la salida de De la Rúa; siguió con la asunción de Ramón Puerta, continuó con Adolfo Rodríguez Saa, quien renunció una semana después, reemplazado durante unas horas por Eduardo Camaño hasta que el primero de enero se realizó la Asamblea Legislativa, que ungió al senador nacional Eduardo Duhalde como jefe de Estado.
El exgobernador de la provincia de Buenos Aires asumió con el mandato de concluir el período iniciado por De La Rúa, que debía terminar el 10 de diciembre de 2003.
Duhalde modificó la paridad cambiaria de un peso-un dólar, fijada por la ley de Convertibilidad, que resultaba insostenible para la economía de un país que tenía en default su deuda externa y retenidos los depósitos bancarios ante la vigencia del llamado «corralito» que había dispuesto el entonces ministro Cavallo en los últimos días de su gestión con De la Rúa.
Jorge Remes Lenicov, nuevo titular de la cartera de Economía, dispuso en los primeros días de 2002 una devaluación del 400 por ciento que impactó con dureza al ya golpeado poder adquisitivo de los argentinos.
El panorama económico de ese año se completaba con las cuasimonedas, que eran bonos que la mayoría de las provincias y el Estado nacional utilizaban para cancelar sus obligaciones, y que se volvieron de uso corriente entre los ciudadanos que las empleaban para adquirir bienes y servicios ante la ausencia de pesos en el mercado.
En abril, Lenicov se vio obligado a renunciar en medio de la crisis y fue reemplazado por Roberto Lavagna, quien comenzó su gestión con la tarea de renegociar con los acreedores externos y evitar la salida por «goteo» de los depósitos bancarios en medio de las restricciones que aún pesaban sobre el sistema financiero.
La crisis económica originó un grave descontento social que se profundizó con las movilizaciones de las organizaciones de desocupados y trabajadores informales que se sumaron al movimiento piquetero que por esos días protagonizaban cortes de calles y manifestaciones a lo largo de todo el país.
El 26 de junio, una amplia movilización de desocupados fue reprimida en el Puente Pueyrredón, que une la Ciudad de Buenos Aires con Avellaneda y en inmediaciones de la estación de trenes de esa localidad, fueron asesinados dos militantes, que recibieron disparos de efectivos de la Policía bonaerense: Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
Esos asesinatos y la persistencia del malestar social, llevaron a Duhalde a adelantar la fecha de las elecciones con el propósito de entregar la banda presidencial a un sucesor el 25 de mayo del año siguiente.
Luego de sondear sin éxito a dirigentes del peronismo como Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota, Duhalde resolvió en enero respaldar la postulación de Néstor Kirchner, gobernador de Santa Cruz con escasa relevancia en la opinión pública.
Los gobernadores Felipe Solá (Buenos Aires), Eduardo Fellner (Jujuy) y Gildo Insfrán (Formosa) pasaron a formar parte de una suerte de mesa de conducción de ese movimiento interno del peronismo, que buscaba impedir un regreso de Carlos Menem a la presidencia por tercera vez.
Con las postulaciones de Kirchner, Menem y Rodríguez Saá, el peronismo concurrió a la cita electoral del 27 de abril de 2003, dividido en tres frentes electorales.
En las fórmulas presidenciales, Kirchner era acompañado por Daniel Scioli mientras que Menem estaba secundado por el entonces gobernador de Salta, Carlos Romero.
Detrás de Menem y Kirchner, en el tercer puesto se ubicó el exministro de Defensa y Economía de De La Rúa, Ricardo López Murphy, con el 16,79 por ciento de los sufragios.
En tanto, en el cuarto lugar se posicionó Rodríguez Saá, con el 14,11 por ciento de los votos, y en quinta posición quedó la diputada nacional Elisa Carrió, quien cosechó el 14,05 por ciento de las voluntades emitidas.
Menem y Kirchner quedaron posicionados para disputar la segunda vuelta, que debía celebrarse el 14 de mayo, pero en medio de sondeos y encuestas que le eran adversos, el riojano tomó una decisión inédita para la historia electoral del país y bajó su postulación, pese a la victoria que había logrado en el primer turno.
De once consultoras sondeadas, «nueve sostienen que Kirchner se impone en el ballotage con bastante holgura y los otros dos también tienen el mismo diagnóstico, aunque evalúan que si Menem llegara a ganar por una diferencia de seis o siete puntos el 27 de abril – algo que no registran hasta ahora – podría ganar también en el ballotage», publicó el 6 de abril del 2003 el diario Página 12.
«Como decía la compañera Evita, renuncio a los honores y a los títulos, pero no a la lucha», parafraseó Menem en el spot televisivo en el cual informaba a la ciudadanía sobre su decisión, tomada a solo cuatro días del balotaje.
El mensaje, emitido a las 19 horas de ese día, se completaba: «Hoy más que nunca la Argentina requiere contar con un poder político imbuido de la más plena y transparente legitimidad democrática».
Menem agregaba que «lamentablemente, considero que este objetivo absolutamente necesario no está garantizado con el cumplimiento de la segunda vuelta electoral prevista para el domingo 18 de mayo».
La respuesta de Kirchner fue categórica y lo tildó de «cobarde» al expresidente.
«Las encuestas que unánimemente le auguran una derrota sin precedentes en la historia electoral de la república permitirán que los argentinos conozcan su último rostro: el de la cobardía. Y sufran su último gesto: el de la huida», sumó el santacruceño, para quien la dimisión «apuntaba a mostrar débil y frágil al gobierno que se inicia».
Al asumir la Presidencia el 25 de mayo de 2003, Kirchner pronunció un sentido discurso ante la Asamblea Legislativa, en el cual se reconocía como parte de la generación de militantes que intentó cambiar la realidad del país en los años ’70.
«Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias; me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a las que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada», señaló el santacruceño ante los representantes del pueblo.
Ni bien comenzado su gobierno, Kirchner dispuso el pase a retiro de 35 altos jefes militares, muchos de ellos sospechados de haber participado en actos de terrorismo de Estado que estaban impunes como consecuencia de la vigencia de las leyes de Punto Final, Obediencia Debida –sancionadas por el gobierno de Raúl Alfonsín– y los indultos dictados por Menem.
Esa decisión marcó el camino de una política de derechos humanos que propiciaría la derogación de esas leyes y el inicio de una doctrina de «Memoria, Verdad y Justicia» por la cual se reanudaron los juicios por delitos de lesa humanidad.
También impulsó la renovación de la Corte Suprema de la mayoría automática diseñada por Menen; una política de integración con las naciones latinoamericanas y en 2005 canceló una deuda con el FMI, que dejó así de tener influencia en las decisiones de política económica del país.
«Vengo a proponerles un sueño: quiero una Argentina unida, quiero una Argentina normal, quiero que seamos un país serio, pero, además, quiero un país más justo. Anhelo que por estos caminos se levante a la faz de la Tierra una nueva y gloriosa Nación: la nuestra», fueron las palabras con las cuales cerró su discurso de asunción.