Por Agustín Rossi (*)
La decisión de nacionalizar el 51 por ciento del paquete accionario de YPF no fue una medida que surgió de un día para otro. La determinación empezó a madurar durante el transcurso de 2011 y se fue afianzando en la convicción del Gobierno nacional por medio de los informes que recibía la Presidenta (Cristina Fernández de Kirchner) sobre la caída de las reservas de gas y petróleo, informes que daban cuenta de un creciente desbalance energético a raíz de la falta de inversiones por parte de Repsol-YPF. La nacionalización llegó en un momento y con una caracterización bien definida. El análisis de los balances e indicadores del desempeño de la compañía arrojaba saldos claramente negativos, con la única excepción del capítulo referido a su rentabilidad. Los márgenes de ganancias, sin embargo, se daban en un contexto de alto endeudamiento y de un bajo nivel de capitalización. Todo parecía indicar que estaban intentando vaciar a la empresa…Estaba claro que los niveles de desarrollo y crecimiento de la economía argentina que se registraban desde 2003 no podían quedar supeditados a una matriz extractiva y especulativa de nuestros recursos naturales como el que llevaba adelante la empresa española. La constante expansión de la actividad económica, motorizada en gran medida por la recuperación de la industrial nacional, demandaba un aumento constante de la oferta energética. El panorama contrastaba en forma radical con el proceso de desindustrialización de la década del noventa que, entre otras muchas privatizaciones, había llevado al Estado nacional a desprenderse de YPF, una empresa que había desempeñado un rol esencial en el desarrollo nacional garantizando la soberanía energética…
Lo cierto es que la decisión de la Presidenta, además de responder a la estricta necesidad de asegurar el crecimiento del país, implicaba una enorme carga simbólica y emocional para toda la sociedad. ¿Quién podía dudar que YPF, desde su creación en el año 1922, se hubiera constituido en un motivo de orgullo nacional, además de un motor del desarrollo y un emblema del esfuerzo de muchas generaciones? Por eso, cuando en la Cámara de Diputados se inició el debate para su nacionalización, la inmensa mayoría de los presentes sentimos, al igual que el resto de la sociedad, que estábamos recuperando una parte sustancial de nuestra identidad y nuestra historia. Un dato que dio cuenta de la magnitud de la decisión de la Presidenta fue el impacto que produjo en las redes sociales el anunció de su recuperación. El HashTag «#CadenaNacional» trepó al primer lugar de los trending topics, seguido por «YPF», «Jefa de Estado» y «Repsol». El HashTag «#YPF» llegó a recibir más de 257 menciones por minuto desde todas partes del mundo, según gigatweeter.com.
La sesión fue una de las más largas que registra la historia parlamentaria de nuestro país. Se prolongó durante los días 3 y 4 de mayo de 2012. Y esto fue así porque no estaba en el ánimo de nadie limitar la lista de oradores. En los hechos, la decisión presidencial, más allá de algunas críticas puntuales, cosechó un amplísimo consenso. Con excepción de la bancada del Pro que voto en contra y de algunas abstenciones, los bloques de la oposición acompañaron la medida. Muy pocos diputados se hicieron eco de los argumentos de los voceros del modelo neoliberal que, como en ocasiones anteriores, se dieron a la tarea de alertar sobre los supuestos derechos adquiridos de Repsol y la supuesta inconveniencia de tensionar la relación bilateral con el gobierno de España.
Es de destacar el caso de la Unión Cívica Radical que, aunque venía votando en contra de muchos proyectos impulsados por el Frente para la Victoria, no dudó en apoyar la iniciativa. El debate, sin duda, le permitió al radicalismo encontrar un espacio, en especial al sector liderado por el diputado Ricardo Alfonsín, sector que exhibía una larga tradición en defensa de YPF.
Sin embargo, y más allá del apoyo de la bancada radical, se hacía necesario en el transcurso del debate refutar la pregunta, que de manera mezquina y oportunista, procuraban instalar los medios de comunicación que defendían en forma encubierta los intereses económicos concentrados. La pregunta, en realidad, no era novedosa. Había aparecido en otras oportunidades. Casi siempre, cuando no tenían argumentos de peso. La pregunta podía resumirse de la siguiente forma: ¿Por qué ahora y no antes? Quienes hacían suya la pregunta sostenían que la nacionalización no había sido formulada en la plataforma política que había elaborado el Frente para la Victoria en 2011. La respuesta era sencilla y vale también para otras determinaciones trascendentales: las decisiones políticas dependen de las circunstancias. Y las circunstancias no siempre están dadas. Así lo señalé en el recinto, al destacar que «las decisiones no se toman en un termo», sino «en un contorno y en un entorno», y que «a veces ese contorno y ese entorno viabilizan las decisiones, y en otras, ese contorno y ese entorno retardan las decisiones».
La propuesta del Gobierno nacional no dejaba margen para que la oposición se negara a acompañar el proyecto. El primer artículo de la ley, que declaraba de interés público la explotación hidrocarburífera con el objetivo del autoabastecimiento, despejaba cualquier duda.
El otro punto sobre el que insistió la oposición era sobre la supuesta falta de inversiones del Estado nacional en materia de energía. De allí que, además de responder durante mi discurso con un panorama de todo lo que se había hecho al respecto, puntualizara que cuando el kirchnerismo llegó el Gobierno en 2003, el país no tenía un problema de generación, sino de distribución. Había que dejar en claro que, en respuesta a esta situación, el eje de las primeras grandes inversiones públicas se orientaron a resolver la situación. Enumerar las obras era responder al recurrente latiguillo opositor de que el gobierno no había realizado inversiones en materia de energía.
La nacionalización de YPF, vista en perspectiva, no podía ser evaluada como una decisión aislada. Fue una decisión coherente con otras muchas determinaciones que había adoptado el kirchnerismo. Respondía a una fuerte convicción ideológica. Había que enfatizarlo. Y lo hice señalando, en el arranque mismo del discurso, ante las expresiones de alegría y los aplausos que bajaban de los palcos, que «lo importante es que con aplausos y con huevazos siempre defendimos las mismas ideas». Una frase que retomaría la Presidenta al día siguiente durante el acto de promulgación de la ley.
La sanción de la ley que se tradujo en recuperación de YPF fue una de las que más profunda alegría y sensación de plenitud me produjo. Tal sentimiento se expresó en el propio discurso. A modo de confesión, y de cara al recinto, afirmé: «Les decía a mis compañeros de bloque que el sentimiento que tenía se podía expresar con una sola palabra: gracias, una profunda gratitud por participar de esta sesión. En realidad tengo un profundo agradecimiento a Néstor y a Cristina por haberme dado la posibilidad de ser protagonista de estos ocho años de historia. Pero esta era una sesión especial y ese sentimiento de gratitud podía tener distintos involucramientos».
Para el cierre de mi discurso tenía preparado un remate que no pude concretar porque los aplausos y cánticos que bajaban de los palcos y de las bancadas lo impidieron. Pensaba citar al escritor uruguayo Eduardo Galeano, recurriendo a su libro «Las venas abiertas de América Latina», para señalar que «las venas que otros habían abiertos, nosotros las estábamos comenzado a cerrar». Aunque no haya llegado a decirlo, es también, una síntesis de lo reparadora que fue la decisión en la historia de nuestro país. Al final, cuando se produjo la votación, la alegría y la emoción que nos albergaba a todos estalló. La ley, finalmente, se había aprobado con 208 afirmativos, 32 en contra y 5 abstenciones. Un resultado contundente.
Con la nacionalización de YPF, el petróleo argentino dejó de ser un commodity que una empresa extranjera negociaba en los mercados internacionales a término para recuperar su valor como insumo básico para el desarrollo. Un recurso estratégico que, como afirmé en el discurso, no podía quedar sujeto al arbitrio de las especulaciones financieras. La historia demostraba que los grados de autonomía con que el país había dispuesto de su petróleo estaban vinculados en forma directa con la balanza comercial. En los hechos, cuando Yrigoyen decidió crear YPF, el país importaba energía y la pagaba con carne y trigo. ¿A quién se la pagaba? A Inglaterra. Años más tarde, en 1933, con el Pacto Roca-Runciman, el país volvería a poner la relación en el lugar de la dependencia. La decisión de la Presidenta ponía las cosas en su lugar.
La nacionalización de YPF fue, en definitiva, un acto de soberanía que, como quedó dicho, pero vale la pena subrayar, restituyó a la inmensa mayoría de los argentinos que transitamos la década del ’90 un poco de la identidad que habíamos perdido con las políticas neoliberales. Para otros, para los más jóvenes, el debate por la nacionalización representó la posibilidad de descubrir las raíces del pensamiento nacional y popular.
«Estamos convencidos de que la Argentina tiene un futuro próspero que engloba a todos. Los partidos políticos opositores no son nuestros enemigos. En 2009, dije acá, en este recinto, que la contradicción de la política argentina era «política versus corporaciones» y no «oficialismo versus oposición»; que teníamos que construir una política capaz de disciplinar al poder corporativo; que la política, desde cualquier lugar, piensa por el interés general; que las corporaciones piensan en su propio interés; que para nosotros, la Argentina es la patria y no una factoría» (**).
(*) Por Agustín Rossi, quien era presidente del bloque del Frente de la Victoria en la Cámara de Diputados cuando se nacionalizó YPF en 2012. El texto es un extracto del Capítulo XV, de su libro «Hombre de palabra» (Ed. Planeta).
(**) Final del discurso que pronunció Rossi en el recinto al defender la nacionalización de YPF.