Por Ángel Pizzorno
Eva Perón pasó por la historia como un huracán, pero sembrando bienestar a nuestro pueblo y conciencia política y social. Con el peronismo y su Conductor el entonces Coronel Perón a la cabeza, Evita simbolizó la intrusión de la Argentina humilde y sobre todo de las mujeres postergadas en ese país semicolonial, humillado por la oligarquía vende patria. Los trabajadores que buscaban su organización y su destino, los encontraron el 17 de octubre de 1945, sellando un pacto de lealtad que duró hasta la muerte del Líder y continúa en nuestros días, en cada lugar que se levantan sus banderas.
Evita encarnó roles que a Perón le estaban vedados por su condición de Presidente de la Nación y por eso, ella fue blanco de los odios más bajos de las minorías que se negaba a resignar privilegios. Esa Argentina anterior al peronismo, es la misma que hoy envejecida y mezquina, sigue saboteando a las inmensas fuerzas creativas de nuestro pueblo, que sólo aspira a vivir y crecer en paz, con dignidad, aunque no lo dejen.
Evita desplegó todo su potencial no sólo en la acción social que fue enorme, sino que batalló sin descanso para terminar con la postergación de la mujer desde la política, conduciendo el Partido Peronista Femenino; desde lo institucional, porque por primera vez las mujeres ocuparon puestos legislativos y ejecutivos, conquistando leyes que equipararon a la mujer con el hombre. Condición impostergable para afianzar la Patria Justa, Libre, Soberana y Democrática. Sin duda, si Evita pudiera ver hoy el empoderamiento de la mujer argentina en los últimos años, estaría orgullosa de esa siembra que comenzó hace décadas. Su amor por nuestro pueblo no fue debilidad, su intransigencia no era odio; ambas pasiones fueron convicción y confianza en el Proyecto Nacional y Popular. Su ejemplo
militante y sus enseñanzas hoy están más vivas que nunca.