Por Débora Blanca (*)
Convocada como profesional de la salud especializada en ludopatía desde hace muchos años, me interesa difundir, en esta fecha de concientización de los riesgos de toxicidad de los juegos de azar, acerca de un fenómeno con el que nos estamos encontrando desde el año pasado, y que nos alerta, nos interpela, y nos pide que lo visibilicemos y le pongamos palabras: las apuestas online en los adolescentes.
Está sucediendo que los chicos apuestan online en las escuelas, en las fiestas, en los asados, en los viajes de egresados, en sus habitaciones o en los baños. Y muchísimos de ellos son menores de 18 años (comienzan a los 12) con lo cual, además, están transgrediendo la ley, al igual que cada empresa o plataforma que no corrobora eficazmente que del otro lado haya un mayor de edad.
Las apuestas son los nuevos narcotizantes, sin envidiarle nada al alcohol, marihuana, y otras sustancias.
Las apuestas online las hacen los pibes que viven con una familia, que van a un colegio, a una universidad, a un trabajo, que se informan por redes sociales, que quedaron habitadísimos por el paradigma de ganar dinero sin trabajar. Son promovidas por publicidades de la industria del juego, invitaciones que llegan por whatsapp ofreciendo regalar fichas. Sí, como dice la canción, «el primero te lo regalo, el segundo te lo vendo».
No debiera suceder que personas admiradas por la sociedad (actores, deportistas, periodistas, cantantes) publiciten apuestas. No debiera suceder que influencers apuesten en vivo, promoviendo ganar dinero con un solo click. Porque nunca es uno solo, porque los chicos quieren más y más y más, porque pierden todo, porque venden objetos de sus casas, porque usan el dinero del almuerzo o los libros para devolverle el préstamo al compañero, porque piden créditos a entidades virtuales, porque fraguan documentos, porque contraen deudas enormes, porque les roban a sus familias, porque dejan de dormir bien, abandonan los estudios, están dispersos, preocupados, desesperados, tristes. Y porque está aumentando fuertemente el número de chicos que intentan suicidarse o que directamente lo efectivizan.
No debiera suceder que empresas de apuestas esponsoreen clubes de fútbol u otros deportes, publicitando su nombre y slogans en camisetas y carteles en los estadios. ¿Acaso hay diferencias entre empujar publicitariamente a apostar, a tomar alcohol, a fumar? No, no hay diferencias. Y esto no significa que se deba tener una mirada purista, ingenua respecto de empresas que buscan el bienestar de la sociedad. Claro que el objetivo es ganar dinero, pero deben saber que muchísimas personas se enferman, y que cuando se trata de adicciones los estragos no son sólo en el adicto sino también en su familia.
Y debiera suceder, sobre todo, que el Estado comience a tomar cartas en el asunto, regulando publicidades en medios y redes, evitando en la vía pública y estadios, armando equipos de psicólogos especializados tanto para prevenir como para asistir a ludópatas y familiares en todas las provincias del país. Hay exceso de juego y carencias de lugares especializados.
Día Internacional del Juego Responsable ¿pero podemos adjetivar al juego como responsable o irresponsable? No. La responsabilidad o su contraria es de los actores sociales: las empresas y sus acciones, el Estado, quienes aceptan ser la cara y la voz de las publicidades, los influencers (creo que es un momento en que se torna imprescindible regular, sancionar, concientizar respecto de que las palabras que salen de nuestra boca tienen efecto en quienes las escuchan), medios de comunicación, docentes, padres.
La responsabilidad del adicto es un punto sustancial que se trabaja en los tratamientos, para que el sentimiento de culpa, la vergüenza y el ocultamiento, den lugar a la palabra, a pensar qué vida quiere, y entonces a responsabilizarse respecto de las decisiones. Pero, cuando hablamos de nuestros jóvenes, la responsabilidad mayor es nuestra, de los adultos. Debemos preguntarnos qué mundo queremos dejarles.
Recuerdo que cuando se legalizó el juego online en nuestro país me entrevistaron de un programa de radio, y cada vez que quería decir «apuesta» me salía «apesta». Me sucedió 4 o 5 veces, imposible decir la palabra que correspondía. O tal vez, ahora que lo pienso mejor, sí la estaba diciendo.
(*) Lic. en Psicología. Asistencia y divulgación en ludopatía, directora del programa de ayuda Lazos en juego.