Por Mariana Maggio, Dra. en Educación, directora de la Carrera de Especialización y Maestría en Tecnología Educativa de la FFyL de la UBA.
Desde hace décadas se realizan en nuestro país esfuerzos para promover la inclusión de las tecnologías en las prácticas de la enseñanza, desde las políticas, las universidades y la formación docente. Hay también sólidas experiencias de educación a distancia y trabajos de investigación realizados sistemáticamente. Sin embargo, las tecnologías seguían siendo incluidas en sus clases por los docentes más innovadores y no masivamente.
Cuando la dolorosa pandemia que vivimos y las medidas de aislamiento social obligatorio llevaron en 2020 al cierre de los edificios de las instituciones educativas, se produjo una conmoción. «¿Y ahora qué hacemos?» En el reconocimiento de las deudas en materia de inclusión digital, desde las políticas educativas se articuló la iniciativa Seguimos Educando, que acercó cuadernillos impresos y propuestas a través de la radio y la televisión, además de actualizar el portal Educ.ar y lanzar, luego, la plataforma Juana Manso. En simultáneo, en todos aquellos lugares donde se contaba con acceso, por precario que fuera, empezó a generarse un movimiento a escala. La creación y recopilación de materiales educativos, la implementación de aulas virtuales, el uso de aplicaciones de mensajería instantánea especialmente en teléfonos celulares y las propuestas en redes sociales conformaron la base del enorme esfuerzo de puesta a disposición de propuestas educativas para el estudiantado en los hogares durante los primeros meses de aislamiento. Luego, se integraron los encuentros en línea por videoconferencias, que marcaron la segunda parte del año.
Todo ello fue posible gracias al enorme aprendizaje y salto tecnológico que dimos los docentes, sostenidos por apoyos de todo tipo: las políticas, directivos y supervisores, los equipos TIC, los sindicatos, otras organizaciones de la sociedad y las propias comunidades que ayudaron a mantener la continuidad pedagógica. Pero la verdadera diferencia en esta crisis estuvo dada por la enorme solidaridad al interior de los equipos docentes. La virtualidad obligada nos ayudó a tomar conciencia de la fuerza enorme de la colaboración remota. El hallazgo de una solución tecnológica era compartido al instante con las y los colegas, lo mismo que las propuestas que se iban formulando para las prácticas de la enseñanza. ¿Alguien necesitaba ayuda? La obtenía a partir del trabajo red, incluyendo a los propios estudiantes que acompañaron el proceso con paciencia y, también, con reconocimiento: «Los docentes se pusieron la 10». En este recorrido, los docentes no solo aprendieron soluciones tecnológicas. Empezaron a comprender las tendencias culturales que ya atravesaban a sus estudiantes antes de la pandemia. De cara al futuro, esto genera condiciones totalmente originales para la construcción de propuestas didácticas renovadas, que tendremos que abrazar incluso cuando retornemos a las clases presenciales.
Este aprendizaje demuestra la fuerza que tenemos, aun en las difíciles condiciones que seguimos atravesando, para generar prácticas de la enseñanza inclusivas en un mundo que no lo es. Necesitamos seguir trabajando para garantizar que cada docente y estudiante tengan dispositivos y conectividad de calidad. Y, entonces sí, estructurar propuestas de especialización docente en didáctica desde una perspectiva contemporánea, alentando prácticas que sucedan al mismo tiempo en el mundo físico y virtual. Así podremos, incluso en las circunstancias más complejas, garantizar el derecho a la educación.